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La resurrección de una pasión

Escribo estas líneas desde el aeropuerto de Ámsterdam. Han quedado atrás las caminatas, vítores, cantos y el clamor de miles de gargantas peruanas. Me llevo a Lima un corazón por siempre agradecido, un corazón blanco y rojo, un corazón que aún habiendo sufrido mantiene la ilusión y se aferra a un sueño. Un día después de despedir a mi selección del Mundial, una resaca de emociones me inunda la cabeza. Me llevo recuerdos que me marcarán para siempre, experiencias inolvidables e irrepetibles. Me cuesta ordenarlas, otorgarles una secuencia lógica para volcarlas en la pantalla. Lo que se vivió el martes en Sochi, para todos, fue una locura.

Las dos primeras derrotas fueron duras. Nos dejaron sin chance y acabaron con la posibilidad de alargar el sueño en este Mundial. Eso, sin embargo, no enfrió nuestro ánimo; nada impidió que Sochi se pintase de rojo y blanco en su totalidad. Como dice la barra: fuimos locales otra vez.

Las afueras del Fisht Stadium están rodeadas de hoteles. De uno de ellos colgaba una enorme bandera peruana. Una impresionante y emotiva bienvenida. A las diez y media de la noche del lunes, en medio de un viento frío y seco, los hinchas no paraban de saltar y alentar. Fue un festival con todas las canciones de las barras peruanas. Aquel banderazo era solamente el comienzo de la orquesta final. Un ensayo. La prueba de sonido de un gran concierto.

Al día siguiente, Perú jugó el último partido. Me levanté con un ánimo extraño. Era muy temprano, pero ya quería salir de la cama, desayunar y vivir el día. Me puse mi ‘blanquirroja’ y salí a caminar. Vi a varios hinchas marcando territorio en la zona. Se enarbolaban banderas, trompetas sonaban y los cantos de los hinchas cortaban la mañana. Sin duda, volveríamos a pintar un estadio ruso con los colores de nuestro país.

Decidí ir al estadio apenas abriesen las puertas. En las graderías vacías durante varios minutos, tuve una avalancha de imágenes. Me invadió un sentimiento difícil de explicar. Temí que los hinchas no llegaran, que el respaldo incondicional se hubiese esfumado ahora que ya estábamos eliminados. Pero no. Pronto el estadio se repletó de hinchas peruanos que pintaron las tribunas, dejando escasas manchas amarillas en algunos sectores. Creo que hubo más peruanos que en el partido contra Francia. Pero no solo eso aumentó, sino también el volumen de los cánticos y arengas. El coloso olímpico de Sochi vibraba.

Nunca olvidaré esa tribuna cantando sin cesar después de los goles. Nunca olvidaré que vi a mi país jugar un Mundial. Como ha dicho la figura de Perú en Rusia 2018, André Carrillo, ahora tenemos que regresar cada cuatro años…”

Cantar el Himno Nacional en un Mundial es una de las experiencias más hermosas que jamás he vivido. Me conecté con todas mis fuerzas. Pronuncié cada palabra con claridad, entonación y fuerza, como si las saborease. No sabía –y no sé aún- cuándo podría repetir esta experiencia. Lo que sí sabía era que la aprovecharía en cada segundo.

Si entonar el himno fue un momento inigualable, gritar los goles fue sublime. Aún me raspa la garganta y, quién sabe, puede que haya lesionado mis cuerdas vocales para siempre. Nada más poderoso y desbordante que gritar un gol peruano. Dos goles. En un Mundial. El primer Mundial en el que veo a Perú. Carrillo ha sido un héroe, se merecía anotar más que nadie y me alegra infinitamente que haya sido el primero en anotar. Este fue el primer gol de Perú en un Mundial de fútbol desde que Guillermo La Rosa descontó contra Polonia en 1982 (1-5). Hay tanto recorrido, tantas historias entre un gol y el otro que llenaríamos un estadio con ellas. Tantas vivencias y luchas.

El segundo tanto fue una obra de Paolo. Lo hizo solo. Él levantó la pelota e hizo un gran movimiento para poner el 2-0 definitivo. Los hinchas en el estadio no solo gritamos su gol. Celebramos muchas cosas en ese momento. José Paolo Guerrero Gonzales, el hijo de doña Peta, quien tanto entregó, luchó, sacrificó y arriesgó, marcó un gol en el Mundial. Paolo merecía hacer un gol en el Mundial, no solo por ser un buen jugador, sino porque él fue clave para nuestro éxito y clasificación. Ahora solo queda decir: gracias, Paolo. Gracias, André.

Cuando terminó el partido, no me quería ir. Quería aferrarme a esa experiencia, alargarla lo máximo posible, grabarla para siempre en mis ojos y memoria. Quería ver más partidos de mi selección, quería verlos jugar otro Mundial. Finalmente, salí, y encontré algo que no había imaginado. La escalera del estadio de Sochi era una marea roja y blanca que no dejaba de corear las canciones de la selección. Era simplemente impresionante. Sin palabras para describir. Eso me llenó de alegrías y de un pensamiento muy positivo. Estábamos eliminados, pero la felicidad que sentí en ese momento probablemente se asemeja a la felicidad de haber pasado a octavos o, incluso, cuartos de final. El regreso al hotel fue una caminata alegre, serena, plena. Hoy, me levanté con una sonrisa en la cara.

No queda mucho por decir. Solamente darle las gracias a todo el equipo. Nunca olvidaré esa tribuna cantando sin cesar después de los goles. Nunca olvidaré que vi a mi país jugar un Mundial. Como ha dicho la figura de Perú en Rusia 2018, André Carrillo, ahora tenemos que regresar cada cuatro años. Que así sea. ©

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3 comments
  1. Hermosa la narracion de tu experiencia vívida en Rusia con nuestra seleccion, aquí en Lima se paralizó todo , no había un carro en la calle, habrá otros mundiales para nosotros los peruanos tenlo por seguro

  2. Cómo… Un chiquillo de 19 años… Tiene tanto qué ofrecer??? Te felicito….. Me estremeci de emoción… Vas a ser grande!!! Y cree en tu país….. Con chicos como tú… Es posible el cambio… Como país…..

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