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Benditos. 13 historias no aptas para incrédulos

Un vestido de novia obsequiado a Gareca en el último partido de las Eliminatorias, un dedo roto que creció un centímetro de largo, una costilla magullada como si una ráfaga de proyectiles hubiera impactado el blindaje de un bombardero que volaba muy bajo. Estas podrían ser las reliquias de santos o mártires, pero en Benditos. 13 historias no aptas para incrédulos (Magreb, 2018), echan luz sobre lo que ningún otro trabajo publicado hasta ahora había logrado: conciliar la bitácora de una clasificación anhelada por treinta y seis largos y sufridos años, a fuerza de entrega y profesionalismo, y dar cuenta de aquel componente intangible, alejado de las estadísticas y previsiones posibles que un fútbol moderno requiere. Como un primer adelanto, el prefacio escrito por Víctor Ruiz Velazco, editor del libro, que contó con la participación de dos miembros de la REVISTA SUDOR.

Digo que amamos porque sin duda volveremos a amar.

Ninguno de los jugadores que nos clasificó a Rusia 2018 había nacido cuando Perú asistió a su último Mundial. Después de treinta y seis años de eliminaciones dolorosas, ser hincha de la selección peruana empezó a formar parte de un destino trágico, un sino fatal que perennizaba nuestra suerte esquiva desde aquel gol en la raya anotado por Ricardo Gareca que nos impidió asistir a México 86.

Luego de las Eliminatorias para Francia 98, nos acostumbramos a permanecer en la zaga de la tabla sudamericana. Nos acostumbramos a perder. Y, peor aún, nos acostumbramos a que no nos importara. Veinte años. Dos más que la diferencia entre chicos y hombres. Tras la furia y la resignación, el cinismo se instauró en el hincha peruano: si el fútbol es la sublimación de las batallas tribales que originaron los clanes y naciones, el equipo peruano con la franja cruzada dejó de cumplir la función de representarnos; entonces quedaba solo hacer escarnio de este, negarlo, restarle importancia, destruirlo hasta que no doliera más. De eso empezó a tratarse para la mayoría. Sin embargo, un nutrido grupo jamás perdió la esperanza, ese gran mal del que hablaban los griegos, el peor de todos, y llenó los estadios peruanos en que la selección se jugó el no ser colero de la tabla sudamericana. Masoquistas. Soñadores. Hombres y mujeres de fe, finalmente.

El Perú de Ricardo Gareca clasificó a Rusia 2018 obteniendo solo un punto más (26) que los conseguidos por la selección de Juan Carlos Oblitas para el proceso de Francia 98 (25). Pero el equipo del Tigre jugó dos partidos más que aquella selección conformada por el Chorri Palacios, Ñol Solano y Flavio Maestri (como campeón de USA 94, Brasil había asegurado su cupo para el siguiente Mundial y no jugó las Eliminatorias). Más precisamente, el equipo de Gareca ganó en cancha veintitrés puntos. Sin embargo, esta vez la suerte jugó a nuestro favor: obtuvimos en mesa tres puntos perdidos en La Paz contra Bolivia y en la última fecha de las Eliminatorias se dieron los resultados que Perú necesitaba para llegar a ese quinto puesto que le aseguró el repechaje gracias al punto sacado en casa contra Colombia. (Para Francia 98 los equipos sudamericanos no tenían esa opción. Veinte años después, quizá sea hora de reconocer lo hecho por aquella selección y sentenciar que acaso lo único que nos faltó entonces fue un poco de suerte). Pero para que ese punto rescatado sobre la hora alcanzara debimos llegar con vida al final del camino. Perú había cumplido. El resto fue fortuna.

¿Cómo explicar los fríos números cuando el corazón se impone al punto de torcer el destino hasta enmendarlo? Si es cierto que los astros se alinearon en este proceso, no es menos justo decir que el equipo de Gareca logró resultados inéditos: goleamos a Paraguay en Asunción y ganamos a Ecuador en Quito en una segunda ronda en la que nos mantuvimos invictos remontando partidos a fuerza de amor propio y valentía. Pero lo más importante quizá haya sido que dejamos de perder en los últimos minutos. El empate 2-2 ante Ecuador luego de ir ganando por dos goles en la Copa Centenario y el 0-2 frente a Colombia en Barranquilla, con un gol al último minuto cuando Perú estaba más cerca del empate, fueron los últimos resabios de tiempos hoy casi remotos.

Originalmente, este libro fue pensado como bitácora de la épica clasificación peruana, a partir de sus personajes más destacados y los momentos de inflexión producidos en los últimos dos años del proceso. Con el transcurrir de las semanas, sin embargo, el trabajo ensayístico se fue ensamblando al periodístico y este empezó a darle otra espesura, otra profundidad y sentido. La estirpe de reporteros de Renzo Gómez Vega y Kike La Hoz, fundadores de la excepcional revista digital Sudor, abrió una nueva veta por la que atisbamos esa dimensión espiritual que hoy creemos comporta la clasificación a Rusia. Porque es cierto que hubo liderazgo y profesionalismo, así como ciencia y adelantos tecnológicos puestos al servicio de esta empresa. Pero más allá de los datos arrojados por un GPS para saber qué jugador corría más y más eficientemente en la cancha, más allá de los programas que ayudaron a analizar la performance de los jugadores en cada juego y desarrollar múltiples escenarios para afrontar las contingencias de un partido oficial, más allá del denodado esfuerzo del comando técnico, que hizo lo imposible para tener todo bajo control, este equipo tuvo alma y tuvo una buena estrella que evitó que el pan se nos quemara en la puerta del horno como tantas veces, siendo quizá la más dolorosa aquella caída por la penúltima fecha en Santiago por la Eliminatorias a Francia 98.

Si el Chorri Palacios, menudo 10 que no llegaba al metro setenta, enamoró a la hinchada a punta de chorrigolazos y gracias a una camiseta con la leyenda te amo perú se convirtió en el símbolo de la selección de Oblitas: modesta, pero por ratos inspirada; débil, pero cohesionada; dos veces gitana en cuanto a los resultados; Paolo Guerrero, el 9 picón que durante años vivió a la sombra de su mentor Claudio Pizarro, se convirtió en el símbolo de nuestra peregrinación a Rusia: accidentada, como no podría ser de otra manera, y por momentos tortuosa. Y además, a diferencia del Chorri, no se conformó con demostrar su patriotismo en un trozo de tela y se tatuó el te amo perú en el pecho, justo a la altura de sus latidos. Porque ahí donde otros guardaron las piernas, el equipo se fortaleció; ahí donde las cosas parecían voltearse una vez más, el equipo supo mantener la calma; ahí donde otros fallaron porque tuvieron la suerte adversa o no estuvieron a la altura del momento que les tocó afrontar, esta selección no falló; Paolo Guerrero no falló, aunque se equivocara; porque también podemos ganar por un error, o empatar, como con el tiro libre eyectado por el capitán cuando la mano alzada del árbitro señalaba un tiro libre indirecto. Fortuna y capacidad unidas indisolublemente: destino. En un equipo donde lo más importante es el colectivo, la solidaridad y la confianza entre pares, Guerrero es el único que logra la categoría de símbolo al recomponer en su propia figura un todo heterogéneo y en ocasiones contradictorio, y sin embargo bendito.

El libro BENDITOS. 13 historias no aptas para incrédulos fue ilustrado por la artista arequipeña Nany Ponce.

Porque bendita fue la mano de Ruidíaz con que Perú eliminó a Brasil en la primera ronda de la bendita Copa América Centenario que permitió a Perú encontrar un equipo. Bendita la novia que le regaló su vestido a Gareca antes del partido contra Colombia en Lima, cuando Guerrero anotó ese bendito gol que firmó Ospina. Bendito el dedo roto de Gallese que sanó en un mes y medio y, como resultado, ahora ostenta una deformación entre las falanges media y proximal, y mide un centímetro más de largo. Benditos los puntos que le ganamos a Bolivia en mesa; los mismos por los que Chile peleó, pero con un distinto resultado: a nosotros nos clasificaron y a ellos los terminaron eliminando. Benditos los profesionales como Alberto Rodríguez, Edison Flores, Aldo Corzo, Christian Ramos, Yoshimar Yotun, Paolo Hurtado, Miguel Araujo y Renato Tapia que ayudaron a generar un ambiente sano en las concentraciones. Benditos quienes lograron reivindicarse y estuvieron a la altura de su talento como Luis Advíncula, André Carrillo y Jefferson Farfán, quien además cumplió el destino que su profesor Montalvo le había vaticinado anotando el primero de los dos goles con que ganaríamos el repechaje frente a Nueva Zelanda.

Benditas las voces que no dejaron de alentar en cada partido, incluso cuando al término de la primera ronda parecía que, una vez más, se repetiría la historia, se confirmaría la costumbre (ese lastre que encadena el perro a su vómito, como decía Beckett) de quedar eliminados virtualmente, y muchos ya empezaban a referirse a las posibilidades matemáticas de Perú parafraseando al infinito el chascarrido de un nada memorable Vladimir Popovic. Bendito Daniel Peredo, quien gritaba como un hincha más los goles peruanos y cumplió su sueño de narrar el partido que nos regresó a un Mundial. Bendito Rodolfo Hinostroza y su caliginoso tuntún —marca registrada de un conocido comercial de cemento— que precedió cada partido, y benditos sus versos que dan título a este prólogo.

Pensar este libro como un recuento detallado del proceso clasificatorio a Rusia no tenía sentido a dos meses del repechaje. Si se había vuelto un lugar común hacer un parangón entre la vida y el fútbol, esta clasificación nos daba la oportunidad de resignificar aquello que había vaciado su sentido de tanto uso. Las más de ochenta entrevistas realizadas para escribir estas crónicas y perfiles terminaron por hacernos creyentes. Algunas no son referidas debido a que nuestras fuentes solicitaron permanecer en reserva. Después de todo, gran parte de la mística construida por esta selección se sustentó en el respeto de la intimidad del grupo. De las que Renzo y Kike pueden mencionar, aquellas concedidas por el comando técnico de la selección, a pesar de las limitaciones y en algunos casos obstrucciones directas impuestas por la oficina de prensa de la FPF, generan en nosotros una particular gratitud.

Este libro fue cambiando conforme se escribía y lo que se pensó como un texto al alimón terminó convirtiéndose en un hermoso contrapunto que, con sus particularidades, ha logrado ensamblar las armonías más preciosas dentro del periodismo deportivo escrito de los últimos años. Y pensar que hoy toca agradecer a todos quienes le dijeron no a este proyecto, pues solo así pudimos hacerlo como debía ser. Bendito eso también.

Lima, 19 de abril de 2018

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